Federación Estatal de Organizaciones Feministas

Portada del sitio > Documentos > Identidad y diversidad: un planteamiento desde el movimiento (...)

Artículo de Begoña Zabala González

Identidad y diversidad: un planteamiento desde el movimiento feminista

Emakume Internazionalistak

Miércoles 26 de diciembre de 2012

Introducción y explicación de la exposición.

Parece obligado señalar que desde donde se realiza esta reflexión es desde un grupo feminista, que pertenece desde hace mucho tiempo al feminismo radical y autónomo. Esto quiere también decir que desde los inicios, y lógicamente en la actualidad, el debate permanente sobre la identidad y la diversidad nos ocupa y nos cuestiona de forma crucial. No es este debate nuevo en nuestras filas, pese a que algunos lo quieren mostrar ahora como el gran aporte de la post-modernidad y de otros post. Quiénes somos, dónde estamos y hacia dónde vamos para ser lo que queramos construir, es indiscutiblemente el requerimiento constante de nuestros grupos feministas.

Para abordar este tema de forma práctica he pensado en contar algo de nuestra experiencia y de cómo a lo largo del tiempo hemos ido abordando este complejo tema y hemos alterado las identidades construidas y queridas. De forma pareja, hemos dado en-trada a la diversidad. Quizá no lo hayamos hecho con total acierto. Probablemente muchas no están de acuerdo con lo que decimos. Pero, lo que no se nos puede negar es la voluntad de debatir y de posicionarnos explícitamente sobre estas coordenadas.

A la hora de pensar el concepto de identidad, y sin introducir muchos elementos conceptuales y definitorios, he recurrido a un trabajo inédito realizado por mi amiga Cecilia Themme, donde señala varias definiciones recogidas de otras autoras:

“Mi propia identidad depende, de forma crucial, de mis relaciones dialógicas con las demás” (Taylor).
“La identidad se construye y reconstruye constantemente en el seno de los intercambios sociales… el centro del análisis de los procesos identitarios es la relación social”.
“La identidad de las mujeres es el conjunto de características sociales, corporales y subjetivas que las caracterizan de manera real y simbólica de acuerdo con la vida vivida… Mientras más se gana en experiencia vivida, en el protagonismo, en la autonomía, en el poder como afirmación, mientras más se toma la vida en las manos, más se define cada mujer como sujeto de su vida.” (Marcela Lagarde).

Con estos párrafos he querido resaltar, sin más, la dimensión social del concepto, por lo menos, desde esa perspectiva es desde donde situamos el análisis. Nos situamos en unos parámetros, en los que se puede mantener que la identidad, ni es una cosa dada ni predeterminada, ni tampoco es para todas igual. Por otro lado, no se puede decir que la identidad se construye a gusto de cada una y sea puro voluntarismo. Evidentemente, hay elementos que se nos aparecen y en alguna medida nos condicionan.

Identidad y diversidad a través de nuestra historia

Me parece que puede ser útil contar algo de nuestra experiencia, desde que naci-mos allá por el año 1976. Me refiero a los grupos que en Euskal Herria, y también en otros puntos del Estado, nos denominamos asambleas feministas o de mujeres, como la de Asamblea de Mujeres de Bizkaia (BEA-AMB), la Asamblea de mujeres de Araba y en Navarra, la Coordinadora Feminista, fundamentalmente.

En las fechas en las que nacimos, casi sin pretenderlo, creamos unos colectivos y unos grupos con un fuerte componente identitario, específicamente de mujeres. Teníamos en ciernes una situación muy complicada y salíamos a la palestra de la lucha social y política sin apenas referentes para el aprendizaje. Sin embargo sí teníamos algún punto de referencia interesante y novedoso, que nos ayudó a forjar esa identidad: nos queríamos construir como sujeto colectivo de mujeres. Fue –y sigue siendo- muy polémica esta decisión y esta práctica. Nuestra exclusividad en la organización, que también afectó a muchas prácticas, como manifestaciones, fiestas, jornadas… de mujeres únicamente, ha sido uno de los debates más interesantes y jugosos que hemos tenido. El patriarcado se resiste duramente a no ocupar nuestros espacios. Nosotras somos expertas en resistencia y hoy en día todavía seguimos en este empeño.

Hay que señalar que en el primer período de nuestras organizaciones, que puede ser de 1976 a 1985 más o menos, la opresión de género, la subordinación por el mero hecho de ser mujer y la negación de los derechos a las mujeres, era bastante amplia y afectaba en gran medida a todas las mujeres. En este sentido sí que atravesaba clases e identidades de arriba abajo. Se puede decir que las reivindicaciones que se planteaban en aquellas fechas sí afectaban a todas las mujeres, debido a la situación de exclusión que se vivía por el mero hecho de ser mujer, más por el hecho de estar casada.

Las reivindicaciones que se formulaban tenían mucho que ver entonces con las re-formas legislativas, pues ya desde las propias leyes se negaba a las mujeres la condición jurídica de sujeto de derecho. Se reivindicaba, más allá de los derechos concretos, como el divorcio, el aborto, el trabajo…, el derecho a tener derechos que teorizara de forma tan brillante la filósofa de Alemania judía Hannah Arendt.

Era fácil entonces agrupar tras nuestras luchas a muchas mujeres pues cualquier reivindicación que planteábamos suponía una mejora en la condición de ser y de estar de todas las mujeres. Podía mucha gente no estar de acuerdo en el discurso, mucho menos se identificaban algunas de ellas con nosotras, feministas radicales, autónomas y de iz-quierdas. Se nos podía denostar por ser feministas, feas, brujas, lesbianas, a la vez que promiscuas, adúlteras, y muchas cosas más. Pero el tiempo nos ha dado la razón: toda la legislación franquista que enquistaba a las mujeres en una identidad rancia, de madre-esposa, ha sucumbido a nuestras embestidas. Ahora todo el mundo dice esto de que la igualdad es un principio democrático innegable. En esos tiempos, el hecho de ser mujer sí era una cuestión identitaria de primera línea. Y el hecho de no querer serlo, como nos lo querían imponer, era indudablemente una seña de identidad del movimiento feminista. Estas señas de identidad y de no-identidad, abarcaban a la inmensa mayoría de las mu-jeres.

Retomo algún párrafo por mí escrito del capítulo “Movimiento de mujeres, mujeres en movimiento” , para situar la concreción de aquellos tiempos en el mundo de las mujeres:

“Este movimiento irrumpe con gran fuerza entre las mujeres, sobre todo entre las jóvenes y trabajadoras. Había razones para ello. Llevábamos mucho retraso respecto a la aparición y organización del movimiento en los países de Europa más cercanos, como Francia, Italia, Alemania e Inglaterra, debido, fun-damentalmente, a la Dictadura, que no permitía ninguna fisura en las monolíticas y únicas organizaciones del Régimen. Una dictadura aliada totalmente con la Iglesia católica más reaccionaria, que había relegado a la mujer al papel más doméstico de esposa y madre, con la negación absoluta de los derechos más elementales, muchos de los cuales se habían conquistado en la época de la II República.
En esta situación, en el año 1975 había muchas reivindicaciones pendientes que requerían de modificaciones legales, con las que en principio todo el mundo estaba de acuerdo y respecto de las cuales las mujeres sentían su logro como una necesidad inmediata. No había que hacer muchos esfuerzos para denunciar la discriminación que sufríamos las mujeres por el mero hecho de serlo. Señalo las más importantes.
En el Código Penal eran considerados delitos la expendeduría, venta y propaganda de anticonceptivos; el adulterio (para los hombres, el amanceba-miento, en el que se requería tener manceba fija) que suponía “yacimiento de mujer casada con varón” y la prostitución, que en realidad fue incluida en la Ley de Peligrosidad Social como sujeta a medidas de seguridad y de prevención.
En el Código Civil, y esto era quizá lo más grave, la mujer casada figuró hasta el año 1975 entre las personas “incapaces” para prestar su consentimiento, al lado de los locos, menores y sordomudos, que no supieran leer ni escribir. Una mujer casada no podía ni comprar, ni vender, ni percibir un salario, ni firmar un contrato de trabajo, si no era con el consentimiento de su marido. Si tenía un negocio o un comercio, requería autorización del marido para todas las operaciones comerciales que realizase.

Por otro lado, el marido padre era el titular de todos los derechos como cabeza de familia, con lo que ejercía los derechos y la representación de sus hijos e hijas menores. Sólo en defecto del padre o del varón aparecía la mujer para ejercer cualquier derecho. La mayoría de edad para las mujeres era a los 23 años, para los varones a los 21, y la mujer sólo podría salir de casa antes de es edad para tomar estado, esto es, para casarse o meterse monja.

El matrimonio era indisoluble, con lo cual sólo existía la separación como fórmula de ruptura, y no podía ser por acuerdo sino por causas de culpabilidad. Hasta el año 1981 no existió el divorcio, que también exigía culpabilidad por parte de uno de los cónyuges o la separación prolongada. Esto ha sido así hasta el año 2006, en que por fin se ha admitido el divorcio por mutuo acuerdo.
En el mundo laboral la situación de las mujeres era de discriminación ab-soluta. Además del ínfimo nivel de acceso al trabajo remunerado existente, había también muchas normas prohibicionistas que les impedían trabajar en de-terminados puestos de trabajo o normas disuasorias que concedían una dote para la mujeres que, casándose, abandonasen el trabajo.
En aquella situación no era raro, por tanto, que las mujeres se sintieran cercanas a las reivindicaciones del movimiento feminista. Desde esta perspectiva, se trataba de un movimiento muy realista, que tocaba suelo en las aspiraciones más comunes de las mujeres.”

En esta situación se creó un sujeto colectivo feminista y de mujeres con una identidad muy fuerte y, en ocasiones, muy simplificada. Se hacía en general referencia, en esas señas de identidad, a la opresión que desde una perspectiva de género sufrían las mujeres. Muchas veces se hacía abstracción de otras situaciones y otras opresiones que también muchas mujeres atravesaban. En palabras de Maxine Molyneux, digamos que lo que más interesaba al movimiento eran los intereses estratégicos de género, más allá de los intereses prácticos de las mujeres.

No solamente nosotras ejercíamos de sujeto fuerte y más bien monolítico, sino que desde el poder, desde la ideología dominante, la identidad que se nos reclamaba era monolítica e uniforme. Por eso, parte de nuestra creación identitaria fue casi una identidad de respuesta muy fuerte, para contrarrestar, sin duda, la que se nos quería imponer. Es ésta una reacción que analizara de forma muy interesante Hannah Arendt, a propósito de su identidad judía . La filósofa alemana, antes de la ascensión del nazismo en su país no se sentía especialmente judía, ni militaba, por así decirlo, en ningún ámbito que tuviese que ver con su cultura ancestral. En el aspecto religioso, por supuesto, no era ni prac-ticante ni creyente de esta religión. Es cuando los nazis empiezan a tratar a los judíos como tales, imponiéndoles todo tipo de limitaciones y restricciones jurídicas, para terminar con lo que se conocería como el holocausto y el genocidio judío, cuando ella se rebela y decide identificarse y, en este sentido recrear su identidad, como judía. Mutatis mutandi, esta reacción puede servir para explicar en alguna medida, junto con otras razones en las que no voy a entrar por el momento, la creación de una identidad fuerte en nuestro caso.

Conviene decir, sin embargo, que la construcción de la identidad feminista o de mujeres, desde el movimiento, no fue tan unidimensional como a veces se nos pretender hacer creer. Efectivamente, por la composición del movimiento feminista de los primeros años, en su mayoría mujeres trabajadoras, y por la ubicación en Euskal Herria, siempre fue una preocupación permanente de los grupos el situar las diferencias que había entre las mujeres según la clase.

Así, en la potente campaña que se hizo frente al proceso de las mujeres de Ba-sauri por el aborto, que fue muy dilatada en el tiempo, siempre se mantuvo la constante de que estas mujeres eran procesadas porque eran de clase obrera, pues sabíamos que las ricas abortaban tranquilamente en el extranjero o en privadas, sólo hacía falta el di-nero. Desde siempre veíamos que había unas diferencias importantes, y que si la opresión de género existía entre las mujeres de la burguesía, era más fácil para ellas saltársela gracias a su posición de clase. Era, además, un movimiento francamente escorado a la izquierda, y como tal se reclamaba.

La pertenencia a un territorio no autodeterminado, ni independiente, como es Euskal Herria, con una cultura propia muy soterrada por la cultura dominante y con la negación de una lengua milenaria fundamental en la construcción identitaria vasca, estuvo patente desde el primer momento en nuestros grupos feministas. Tratábamos de que la identidad vasca, en alguna medida, estuviese presenta en nuestros imaginarios identitarios y en la praxis feminista.

Con estos dos ejemplos no quiero sino señalar con una pincelada cómo la cons-trucción de la imagen de “la mujer” desde el feminismo tuvo su complejidad desde los inicios y fue objeto de debates y de decantamientos importantes

Aprendiendo la diversidad

Señalado lo anterior, sí puede decirse que el planteamiento explícito y hasta repetitivo de la diversidad vino con los nuevos aires de finales de los 80. Acabado el periplo de la igualdad, que más bien fue el período de inclusión de las mujeres como sujetos de derecho y de derechos, con sus recortes y con sus limitaciones, es cuando se visualizan de forma más espectacular las diferencias entre las propias mujeres. En estos momentos, y ocurre en forma muy llamativa en las Jornadas Estatales de 1993, celebradas en Ma-drid, se verbaliza hasta la saciedad la diversidad de las mujeres. De momento no se avanza mucho más, pero digamos, que la insistencia era permanente: somos diversas. Además de la opresión que como mujeres sufrimos, nuestra situación viene definida por la raza, -o la etnia- la clase, la nacionalidad, la religión, la opción sexual,….

En nuestra práctica feminista política, por otro lado, estábamos empeñadas en muchas luchas y campañas que tenían que ver con mujeres de otras partes del mundo, de lo que se denominaban los países en vías de desarrollo, es decir la parte Sur del pla-neta, los países empobrecidos. Estábamos también empeñadas en ver las raíces de una lucha común, pero sin duda, eso no se puede hacer sin un ejercicio práctico y teórico de diversidad y de aceptación de las diferencias. ¿Tenían las mujeres de los países empo-brecidos que reivindicar lo mismo que hacíamos desde aquí? ¿Tenían que ser los instru-mentos de lucha los mismos que los nuestros? Este gran capítulo de solidaridad interna-cionalista ha sido, desde mi punto de vista, el que mejor nos ha dejado vislumbrar real-mente lo que quiere decir la diversidad, sin por ello renunciar a la unidad y de las luchas feministas.

Se puede decir que aprendimos a base de darnos de golpes con la realidad. Pero nos apeamos de la tentación eurocentrista y universalista con bastante acierto.

Dos ejemplos pueden servir para apoyar lo que estoy planteando. Desde nuestro grupo, Emakume Internazionalistak, que es fundamentalmente un grupo de solidaridad feminista entre mujeres, nos tomamos muy en serio las Conferencias Internacionales de Mujer y Desarrollo y de Población. Y no porque queramos participar en ellas, donde no tenemos cabida, sino porque ahí se diseñan muchas políticas de ámbito internacional que afectan en mucho a la vida de las mujeres, sobre todo a las mujeres de los países del Sur. Estas Conferencias tienen el tufo de la modernidad y de la “igualdad de género” co-mo principios universales y al amparo de un discurso pretendidamente progresista diseñan políticas de población y desarrollo que limita la libertad de decidir de las mujeres de forma importante.

Así, al amparo de la Conferencia de Población y Desarrollo del año 1994, que se celebraba en El Cairo, auspiciada por el Fondo de Población de las Naciones Unidas (FNUAP), participamos en muchos debates para tratar de plantar una postura crítica a las políticas de control de natalidad que se estaban proponiendo para los países pobres con la excusa de luchar contra la pobreza y por la libertad de las mujeres.

Por un lado éramos conscientes de las enormes ventajas que la utilización y ex-tensión de los anticonceptivos tienen para que las mujeres puedan tener el número de hijas e hijos deseados, especialmente en países muy pobres, donde las muertes por cau-sas de embarazo y de parto son tan altas. Por otro lado, habíamos visto lo que había su-puesto para nuestra generación el acceso libre a los métodos anticonceptivos en cuanto a poder decidir libremente la maternidad y poder diseñar una vida no unida exclusivamente al papel de madre.

Frente a estas razones de indudable peso, no podíamos negar que la valoración y la importancia de la maternidad es diferente entre las diversas culturas y países y el papel de los hijos en la vida de las mujeres tampoco es el mismo. ¿Era el excesivo número de hijos, realmente, la causa de la pobreza de las mujeres y de su infelicidad? A estas dudas razonables había que añadir las prácticas de esterilización y anticoncepción forzosa que ya conocíamos. En los países pobres, a cambio de unos acres de tierra o de un préstamo en buenas condiciones, se ofrecía a las mujeres, y también a los hombres, anticoncepción y esterilización de muy escandalosos resultados para su salud. A menudo, ni siquiera se les informaba de los efectos secundarios o se utilizaban fármacos en fases de experimentación. De muchos países también nos llegaban denuncias sobre la falta de in-formación y de los engaños que sufrían las mujeres, que muchas veces no eran conscien-tes, por ejemplo, de que se les estaban aplicando métodos de anticoncepción que eran irreversibles.

Con todo este debate, enseguida vislumbramos que en realidad no se trataba de “anticonceptivos sí o no”, o “más o menos hijas e hijos”. En el fondo de todo este tema está una de las reivindicaciones fundamentales de las mujeres, de las mujeres de todo el mundo, por muy diferente que se sea: el derecho a decidir sobre el propio cuerpo. Una vez más, desde un ángulo o desde otro, lo que se estaba negando a las mujeres, en to-das las partes del mundo, por parte de las Iglesias, de los Estados y de las Organizaciones Internacionales, era el derecho de las mujeres a decidir si quieren tener criaturas, y cuántas, y con quién, y cuándo. Frente a estos intentos de atropello de la libertad de las mujeres frente a su capacidad reproductiva, la consigna es universal: las mujeres deci-dimos. Hay que decir que unánimemente muchos grupos feministas adoptamos nuestra consigna universal: “¿Control de la natalidad o reparto de la riqueza? Las mujeres decidimos.”

Otro tema de referencia importante en el movimiento feminista de aquí, ha sido el del trabajo remunerado. Aquí se partía en la década de los 60 de una situación, detallada un poco más arriba, en la que las mujeres en su mayoría tenían vetado el acceso al tra-bajo remunerado. Con unos argumentos o con otros se practicaba aquello de que “el Es-tado velaría por mantener alejada a la mujer de la fábrica”, que señalara el Fuero del Trabajo. Así, para el movimiento feminista naciente la reivindicación de “Puestos de trabajo para las mujeres” fue central. No eran argumentos de igualdad lo que llevaban a esta reivindicación, sino argumentos de independencia económica para garantizar una vida más autónoma, no dependiente de los hombres.

Esta reivindicación, cuando nos acercamos a nuestras amigas latinoamericanas, como poco, les hacía sonreír. ¿Para qué reclaman ustedes más trabajo, si lo que nos falta es dinero?, nos decían. Y era verdad, reconvertimos la consigna: “Trabajo nos sobra, queremos empleo”. Después vendrían las teorizaciones sobre el trabajo doméstico y su consideración y sobre los cuidados y así incorporaríamos un análisis más interesante sobre lo que es el trabajo.

Han sido dos pequeños ejemplos que ilustran lo desacertado de las pretensiones de un modelo y de una identidad de mujer única, que no tenga en cuenta otras dimensiones de la situación de las mujeres, además de su posición desde una perspectiva de género. Analizado esto, lo más difícil e interesante sigue estando presente. Se trata de ver qué diversidades existen y cómo encajan en nuestros diseños identitarios. También habrá que analizar si hay elementos para la identidad de género y cuáles son y qué suponen en cada caso.

Nuevos encajes de la diversidad

El desarrollo de un feminismo institucional, de la igualdad y la universalidad y la generalización del modelo de “pensamiento único”, con la globalización, nos han empujado de forma gozosa a la búsqueda y la complejización de las identidades diversas. Somos absolutamente críticas con estas memeces de la igualdad de todas y todos. La palabra “género” se ha descontextualizado y ya no quiere decir nada o el significado que se da es muy poco útil. Se observa, desde el feminismo institucionalizado a las mujeres diferentes como dobles o triples víctimas: por ser mujer, por ser pobre, por ser inmigrante,… sin analizar realmente qué supone la intersección de varios ejes de opresión.

En esta encrucijada de la igualdad, por suerte, hemos empezado una vez más a descubrir de nuestras amigas de otras partes, análisis interesantes, que nos ayudan a analizar mejor las situaciones de otras mujeres, unidas a las nuestras. Las teorizaciones de las postcoloniales nos sirven en alguna medida para introducir un sujeto, y una identi-dad feminista, más múltiple, diversa y ágil. Por otro lado, aparecen aquí mismo, en nues-tra tierra, mujeres que vienen de otras culturas y que luchan, con otros instrumentos y con otras experiencias para sacudirse la dominación patriarcal. Es buen momento de po-ner en común lo que nos une a las mujeres, y ser capaces de incorporar las diferencias.

Las pretensiones que se tienen, desde esta perspectiva, no es hacer un feminismo ni una identidad, que sea universalizable y que se generalice a todas las mujeres del mundo. Vayamos con cautela. Tampoco vamos a hacer un feminismo que recorra a todas las mujeres de aquí. Hay que señalar que en estos momentos, la opresión patriarcal no es como la de los años 60, donde era más fácil, hacer una identidad de “mujeres”, muy fuerte. En estos momentos globalizados, las contradicciones de clase y de nacionalidad están atravesando fuertemente nuestra sociedad, por lo que las diferencias entre las mu-jeres, por clase y nacionalidad, cuando menos, también son muy importantes. El movi-miento feminista tiene que decidir entre la unidad de género y la diversidad de las muje-res por qué espectros se define.

Vivimos un momento de crisis global, que lo puedo definir de la forma siguiente :

“Ya hay consenso en los movimientos alternativos sobre la consideración de que la crisis va más allá del sistema económico y alcanza al propio modelo de producción y es de dimensión mundial. Es una crisis energética, en el sentido de que es el inicio del agotamiento del sistema de explotación y distribución de los recursos naturales. Es también una crisis del modelo de dominación capitalista o neoliberal y patriarcal, donde cada vez hacen falta más intervenciones armadas, más guerras y más exterminio de las poblaciones, o rebeldes o prescindibles, para que sigan imponiendo su modelo los poderosos. Esto supone un des-plazamiento masivo de poblaciones, especialmente mujeres con sus criaturas, que provoca una expatriación millonaria de personas que, apátridas, ni siquiera superviven en otros lugares de refugio. Es una crisis ideológica, donde hay un pensamiento único, que abarca a un modelo político que han denominado “de-mocracia” y que evidentemente es todo menos eso. Modelo además recorrido por unos límites de corrupción y de acumulación de capital producto del latrocinio incalculables. Es igualmente una crisis que atraviesa la división internacional del trabajo por razón del sexo. También por ello las migraciones están en la base del modelo demográfico. Interconsexiona a su vez con lo que hemos denominado la crisis de los cuidados, dando lugar a las cadenas transnacionales de cuidados y sus múltiples derivas para las mujeres, las de aquí y las de otros mundos.

En definitiva, es una crisis que nos urge a hacer un feminismo potente y radical, que ponga en el punto de mira de nuestras acciones a las mujeres que están resultando ser las más perjudicadas y agraviadas por esta situación. Pero también debe tener en el punto de mira a los que provocan y producen esta situación a costa de sus situaciones de privilegio y poder, que no solamente no queremos compartir, sino que queremos destruir.”

Un último ejemplo, para ilustrar algo de lo que quiero decir. Suelo pensar en fotos en las que me gustaría o no me gustaría estar, como forma de definir la política feminista a seguir. La siguiente es una foto en la que no quiero estar.

Desde hace ya algunos años estoy oyendo a diferentes portavoces del feminismo oficial que habría que proceder a modificar la Constitución, a fin de que la Corona, que ahora se trasmite por los reyes a sus descendientes por vía preferentemente masculina, se transmita en igualdad entre hombres y mujeres. Es decir, que el heredero de la Corona sea el hijo o hija mayor de los Reyes.

No tengo ninguna duda de que la prioridad de un hijo con respecto a una hija, por el mero hecho de ser varón, es una discriminación de género. Pero lo que tampoco me cabe ninguna duda es que en esa pelea no voy a estar, ni quiero salir en su foto, ni voy a mover un solo dedo y además, caso de que se diese, voy a dedicar algunos esfuerzos a denunciarla, por antidemocrática, por elitista, por no igualitaria. Se me ocurren muchas cosas, pero una de ellas es, ¿y qué pasa con los hijos e hijas habidos fuera de matrimonio de los reyes?.

Por otro lado, habrá que insistir y ver en qué fotos sí queremos y debemos estar. En aquéllas en las que la situación de opresión de género, realice intersecciones brutales con la condición de la nacionalidad-extranjería, de la clase-precarización de las condiciones de vida, de la opción sexual-disposición libre de nuestro cuerpo,…

En Iruñea, para Bilbao, “FEKOOR”, 11 de diciembre de 2009


Ver en línea : Zabaldi