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Más allá del doble rasero: Por una verdadera política de liberación

Cinzia Arruzza

Domingo 11 de agosto de 2013

Hace unos meses en el metro de Nueva York vi un cartel increíble, una imagen de un bebé de color que llora diciendo: "¿Tienes un buen trabajo? Cuesto miles de dólares cada año". Mientras estaba aún recuperándome de la conmoción, vi un cartel similar de una niña negra: "Sinceramente mamá... lo más probable es que él no se quede contigo. ¿Qué pasará conmigo?"

Estos dos carteles forman parte de la campaña de prevención del embarazo adolescente, organizado por la Administración de Recursos Humanos del Departamento de Servicios Sociales de la ciudad de Nueva York. Esta campaña publicitaria es un perfecto ejemplo de la manera en que las desigualdades de clase, raza y género pueden arraigarse y cubrirse con un discurso liberal. El mensaje transmitido por la campaña es ante todo que resulta necesario disponer de dinero para poder ejercer el derecho de tener un hijo: si se es pobre, pero se tiene un hijo, se es responsable de su infelicidad futura, de su pobreza y de su fracaso social. En segundo lugar, no se hace mención alguna a los servicios sociales o al derecho al aborto en los carteles: todo el problema del embarazo en la adolescencia se reduce a una cuestión de elección individual, donde las niñas deben ser consideradas responsables de su comportamiento sexual. Por lo tanto, este es el tipo de consejo proporcionado por las autoridades: terminar la escuela, conseguir un trabajo y casarse antes de ni siquiera pensar en tener un hijo. Por último, el uso destacado de los niños de color en la campaña sugiere que el mensaje de la campaña es fundamentalmente racista.

Esta campaña es una prueba de lo que podríamos llamar una "política de doble rasero" en relación con las cuestiones de género y sexuales. Los derechos sustanciales otorgados a las mujeres y las personas lesbianas, gays, bisexuales y personas transexuales y queer (LGBTQ) varían enormemente en función de su posición de clase, su origen étnico, e incluso su ubicación dentro de un espacio urbano fuertemente dividido en clases y razas. En el estado de Nueva York se aprobaron los matrimonios entre personas del mismo sexo en julio de 2011. En junio de 2013, el gobernador, Andrew Cuomo, anunció una ley de igualdad de la mujer con la intención de alcanzar la igualdad salarial, detener el acoso sexual, evitar la discriminación por embarazo en todos los centros de trabajo, fortalecer las leyes de trata de personas y las protecciones para las víctimas de violencia doméstica, acabar con la discriminación del estado civil y proteger la libertad de elección de la mujer. ¿Cómo se explica esta legislación igualitaria junto a una vergonzosa campaña de carteles racistas en el metro?

Esta situación de doble rasero es el resultado de conceder a las mujeres y a las personas LGBTQ derechos formales sin recursos reales para la igualdad. La adopción de políticas contra el acoso, de cuotas, de políticas contra la discriminación, de la legalización de matrimonios homosexuales, y así sucesivamente, ha abierto la posibilidad de al menos una liberación parcial de las mujeres y las personas LGBT. Sin embargo, estas políticas no han ido acompañadas de cambios en las relaciones laborales, programas adecuados de cuidado de niños u otras intervenciones decisivas destinadas a la concesión de derechos sociales sustanciales.

En las últimas décadas, surgió una subcultura gay predominantemente de clase media. Esta subcultura ha contribuido a la consolidación de una identidad gay centrada en torno al consumo y a la mercantilización, con escenas homosexuales comerciales que siguen aumentando. El reconocimiento de los derechos de los homosexuales ha ido unido a una visibilidad consumista que requiere en la mayoría de los casos, al menos, de ingresos de clase media. Por otra parte, el alto grado de conformidad de género de las comunidades gay de clase media ha facilitado su incorporación en el orden social y sexual neoliberal. Mientras tanto, en los países capitalistas avanzados, millones de personas LGBT de bajos ingresos quedan excluidos tanto del acceso a estos patrones de consumo y de seguridad como del reconocimiento simbólico unido a ellos.

La actual crisis económica está acrecentando este doble rasero. El desmantelamiento del estado del bienestar y los recortes del gasto social pone de nuevo una pesada carga sobre los hombros de las mujeres, ya que son ellas las que aún realizan más trabajos de cuidados. Mientras que las mujeres de clase media-alta pueden todavía comprar su libertad y su derecho a una carrera profesional mediante el pago a otra persona para los trabajos de cuidados requeridos por su familia, las mujeres de la clase trabajadora se encuentran en una situación de doble atadura. Por una parte, se ven obligadas a trabajar, ya que la época del "salario familiar", donde un solo ingreso (tradicionalmente masculino) podía soportar toda una casa, ha terminado. Por otra parte, todavía tienen que cuidar a los niños, a los ancianos y a los enfermos, debido a la ausencia o debilidad de los servicios sociales, y de la persistencia de los roles diferenciados de género. Incluso el reciente ataque a los derechos reproductivos en una serie de países, desde los EE.UU. a Italia, tiene consecuencias diferenciales de clase, ya que las mujeres de la clase trabajadora no tienen posibilidad de viajar al extranjero y pagar los gastos de las clínicas de aborto privadas. Estamos, por tanto, en una situación en la que tanto tener hijos como abortar se está convirtiendo en un privilegio, no en un derecho.

El capitalismo y la opresión de género

Este doble rasero plantea importantes cuestiones sobre la idea prominente en los últimos años consistente en que la emancipación de la mujer es una de las consecuencias positivas de la globalización capitalista. De hecho, la llamada "feminización" del mercado de trabajo, que es el empleo masivo de mujeres como mano de obra en el Sur Global, fue recibida como la oportunidad para una transformación de los roles de género y las relaciones familiares. Sin embargo, en esos mismos países, la tendencia actual consiste ahora en "de-feminizar" el mercado de trabajo. Tan pronto como se desarrolla el capitalismo y los sectores productivos intensivos del capital crecen, las mujeres son de nuevo expulsadas del mercado de trabajo. En efecto, el empleo de las mujeres se caracteriza todavía por el hecho de que la mayoría están empleadas como mano de obra en sectores intensivos, donde los salarios son más bajos, las condiciones de trabajo son peores, y la rotación de personal es alta. Las mujeres siguen desempeñando el papel de un "ejército industrial de reserva": cíclicamente son empleadas y expulsadas del mercado de trabajo.

Además, la fuerte separación en el capitalismo entre los ámbitos público y privado, y entre el mercado y la familia, ha ocultado y devaluado históricamente el trabajo doméstico de las mujeres, y por lo tanto a las propias mujeres. Esto encaja perfectamente con la necesidad del capitalismo de tener una mano de obra jerárquicamente organizada y diferenciada: la opresión de género y el racismo se traducen en una división sexual y racial del trabajo, donde las mujeres y las personas racializadas están en la parte inferior de la jerarquía y sujetas a las peores condiciones de trabajo.

Por otra parte, resulta claro que en momentos de crisis los recortes en el gasto social y el desmantelamiento del estado del bienestar cuentan con el trabajo de las mujeres como sustituto de los servicios sociales, realizando la mayor parte de los trabajos de cuidados necesarios para la reproducción de la clase obrera. Las relaciones jerárquicas de familia y de género juegan un papel ideológico y político, provocando que las desigualdades parezcan naturales, y contribuyen a la reproducción de las relaciones capitalistas y de la sociedad en su conjunto.

Aunque las mujeres han ganado derechos formales sin precedentes bajo el capitalismo, esto se debió principalmente a las mujeres y a las luchas de las trabajadoras, más que al despliegue automático de las leyes del movimiento capitalista. Por esta razón nunca se conceden los derechos de las mujeres, como sucede con los derechos reproductivos, de manera definitiva. Por esto, y en ausencia de lucha, la igualdad de derechos formales a menudo aparece totalmente desajustada de transformaciones sustanciales en las condiciones materiales de las mujeres de la vida.

Política de identidad y neoliberalismo

Ha sido sorprendente en la era del neoliberalismo ver a un pro-capitalista, e incluso de derecha, cómo se apropia del lenguaje y las consignas de liberación de las mujeres y homosexuales. En los últimos años, algunos investigadores han comenzado a adoptar las dos categorías de feminacionalismo y homonacionalismo para describir los procesos en los que se utiliza el idioma de liberación feminista o queer para apoyar las políticas imperialistas o nacionales.

El feminacionalismo queda en evidencia cuando se utiliza el lenguaje pseudo-feminista para apoyar políticas islamófobas o guerras imperialistas. La guerra en Afganistán, por ejemplo, fue celebrada por sus seguidores como una misión civilizadora y liberadora a favor de los derechos de las mujeres afganas. La llamada "ley del velo", aprobada en Francia en 2004, que prohíbe el velo islámico y otros signos evidentes religiosos en las escuelas públicas, hizo un llamamiento tanto al secularismo como a los derechos de las mujeres con el fin de ocultar sus propósitos discriminatorios e islamófobos.

El homonacionalismo implica el uso creciente de las consignas y los conceptos de liberación gay con el fin de justificar las políticas anti-inmigración y islamófobas. En 2010 Judith Butler rechazó el Premio al Coraje Civil de Berlín, en protesta contra la creciente mercantilización del orgullo gay y de su complicidad con el racismo. Explicó: "Algunos de los organizadores realizaron declaraciones explícitas de carácter racista o no se desvincularon de ellas... Todos hemos notado que las personas homosexuales, bisexuales, lesbianas, trans y queer pueden ser instrumentalizadas por los que quieren hacer la guerra, es decir, guerras culturales contra inmigrantes forzando la islamofobia y las guerras militares contra Irak y Afganistán. Así en estos tiempos, somos reclutados por el nacionalismo y el militarismo. Actualmente, muchos gobiernos europeos dicen que los derechos de homosexuales, gays, lesbianas deben ser protegidos y somos utilizados para hacer creer que el nuevo odio a los inmigrantes es necesario para protegernos. Por lo tanto debemos decir que no a esta oferta ".

Uno de los casos más evidentes de la cooptación de las personas LGBT por el discurso de la derecha y de los nacionalistas es el pinkwashing de Israel. Los derechos de los homosexuales son utilizados para defender la ocupación de la tierra palestina sobre la base de que Israel es una tierra civilizada con libertad, en contraste con el atraso de los países árabes homofóbicos.

De la política de identidad a la política socialista

En los últimos quince años, cada vez más intelectuales y activistas han comenzado a criticar la separación entre la clase y la política de género, eludiendo una reflexión del capitalismo a partir de un análisis conjunto. Tendencias teóricas como la intersectorialidad, la teoría de la reproducción social, y el marxismo queer insisten en considerar la dimensión de clase en el género y la sexualidad. Las perspectivas de género y sexualidad que no tienen en cuenta esta dimensión son presas fácilmente de la cooptación neoliberal e incluso conservadora. La actual crisis económica, con sus duros efectos sobre las condiciones de vida de las mujeres, está acelerando este proceso. Sin embargo, queda un gran trabajo por hacer, con el fin de proporcionar una explicación, no reduccionista ni determinista, de la forma en que el género y la opresión sexual están relacionados con la dinámica de la acumulación capitalista.

En el plano político, el divorcio que se llevó a cabo en el pasado entre la clase y la política de género no sólo era el resultado de una crisis más general de los nuevos movimientos de izquierda, sino también del sexismo de las organizaciones socialistas y anticapitalistas. De hecho, la relación entre los movimientos basados en la clase y los basados en el género y la sexualidad ha sido muy complicada. Sin embargo, no es cierto que los movimientos de los trabajadores siempre hayan sido ciegos a los temas sexuales y de género y a las necesidades de las mujeres y las personas LGBT en sus organizaciones. En realidad, los movimientos de los trabajadores han abierto históricamente un espacio político y público en donde género y opresión sexual podrían finalmente abordarse, a menudo respaldando posiciones que eran mucho más avanzadas que las del feminismo liberal. No obstante es cierto que las organizaciones socialistas y anticapitalistas no siempre han sido fieles a su promesa de emancipación y, a menudo tienden a reproducir dinámicas opresivas o a subestimar la importancia de las mujeres y las luchas LGBT.

La separación entre clase y política de género, sin embargo, no es una alternativa viable y prometedora. La cooptación del género y la liberación sexual por las fuerzas neoliberales, e incluso conservadoras, debería recordarnos que las políticas de género y de sexualidad corren el riesgo de perder su potencialidad emancipadora cuando se separan del anti-capitalismo. Por otra parte, el divorcio entre género y sexualidad de la clase ha provocado más fragmentación general de la lucha, contribuyendo a casi tres décadas de derrotas políticas y sociales en muchos países. Por último, esta separación puede contribuir a la invisibilidad de las condiciones de vida, de las necesidades y las experiencias vividas por las mujeres de la clase trabajadora y mujeres pobres y las personas LGBT de color, para quienes la separación de género y sexualidad de su posición de clase no tiene ningún sentido.

Necesitamos una contundente política socialista, feminista y LGBTQ. Sin embargo, esto requeriría algunos pasos decisivos.

En primer lugar, significa reconocer la contribución de las distintas corrientes críticas de la opresión de género y sexual, incluidas aquellos que no comparten un marco marxista o socialista en su análisis. Tenemos que rechazar firmemente la opinión de algunas organizaciones socialistas que el feminismo es sustancialmente antagónico con el marxismo y con la política socialista. De la misma manera que no hay un sólo "marxismo" o "socialismo", no hay un único "feminismo", sino más bien un campo vivo y diverso de análisis y de intervención política, del que tenemos muchas cosas que aprender.

En segundo lugar, tenemos que profundizar en el análisis de la forma en que las relaciones sociales capitalistas constantemente producen y reproducen la opresión de género y sexual. Para desafiar estas relaciones, se necesita formas verdaderamente democráticas de organización en las que las personas que sufran diferentes modos de opresión pueden organizarse autónomamente si así lo desean. Hay que reconocer la posibilidad de crear jerarquías sexuales, de género y raciales dentro de las organizaciones de izquierda y debe ser abordada.

Por último, se necesita también el reconocimiento político de la importancia del género y la opresión sexual y de su análisis en nuestra crítica del capitalismo y de las luchas políticas y sociales. La pregunta no debería ser si la clase es "previa" al género, sino más bien si podemos realmente pensar en la clase obrera, en su experiencia vivida y en su forma de lucha, como independiente de la reflexión sobre el género y la sexualidad.

Traducción del artículo publicado en International View Point


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